domingo, 6 de febrero de 2011

Hombres con pies grandes, grande el calzado

Al pasar con mi viejo y lento auto, soy el peregrino con casa propia, soy el peregrino que nunca se estaciona ni anida, soy el viejo peregrino más joven del lugar hasta que se me antoje morir. El mundo se detiene. La gente me saluda; levantan sus brazos, separan sus dedos el uno del otro y me saludan, sea lo que sea que estén haciendo, pierden la velocidad de sus pies para acelerar sus brazos por mí. Una pareja de ancianos sentados tomando café levantan sus manos para dirigirme hacia donde debo ir, una anciana increíblemente en bicicleta me escolta y de vez en cuando se adelanta para dirigirme también, un par de perros cachondos dejan la pose patentada por los humanos en ''stand by'' para mirarme y luego mirar hacia adelante, pájaros negros que desde aquí se ven medianos apuran el aleteo hacia donde creo que debo ir. Todos me guían como si me conocieran, como si me esperaran, como si todos los días hubiesen estado esperando esto. Yo no sé. Tampoco sé por qué me siento cómodo y por qué los ancianos no usan zapatos. Todos están descalzos esperando su partida creo yo. ¿El paraíso tendrá camino o la única vía siempre fue el mundo? Yo no sé.
-Santiago, querido, por fin llegaste, te estábamos esperando, sírvete -me dice una señora cuarentona a quien no conozco ofreciéndome una taza de café la cual acepto y la llevo sobre mi barbilla.
-Lo siento muchacho, lo siento mucho. Mírate ahora, él estaría orgulloso de ti -se apresura a decir un anciano a quien tampoco conozco.
-Fui la amante de Hugo, mucho gusto joven -se delata una señora con la cara bien pintarrajeada.
-Santiago, ven, tu tía Lola te quiere ver -me jalonea otro viejo.
No sé si estoy donde debo estar, no he venido al pueblo hace mucho, 16 años aproximados. La gente que solía conocer aquí ahora es parte de mis turbios y diminutos recuerdos.
Me dirijo hacia la cocina y veo a la supuesta tía Lola. No reconozco a nadie, se me hace difícil reconocer a la gente arrugada, por aquí todos son ancianos, viejos pero no acabados. Es curioso que el único joven entre esta gente haya muerto, muy curioso y más sobre todo por ser mi padre a quien se le antojó irse.
La tía Lola me muestra una foto de mi padre, de una semana atrás. Mi padre luce muy joven, a duras penas creería que aquella persona en la foto tiene 45 años. Nunca dejó su gusto por las camisas a cuadros y los chupetines. Recuerdo haberle robado muchos caramelos, digo robado porque él los custodiaba muy bien, no dejaba que los cogiéramos, era malo. En la foto puedo notar una mediana mano femenina tratando de coger la de mi padre. No creo que sea el espíritu de mi madre porque ella terminó odiándolo, tampoco creo que sea de alguna tía porque no se ve arrugada, todo lo contrario, la mano cortada por el flash de la cámara se ve delicada, reluciente, con hilos de colores en la muñeca, con mucha vida, no como las manos de las demás mujeres aquí le digo a la tía Lola y no pudo evitar ofenderse, de hecho todos los escucharon porque por alguna insospechable y desatinada razón, hoy soy el centro del pueblo, todos me miran, me escuchan, me huelen y hasta me hablan.
A pesar que ha muerto un hijo de su tierra, no siento que se pudran de tristeza. Esta gente asume su muerte con hidalguía y el estómago lleno, no la padecen, para ellos se les hace una excusa más para festejar, no saben de muerte, y parece que tampoco de vida. Le temo a lo que no comprendo, más cuando siento que me dan hospitalidad interesada. Su modestia es falsa y veo a todos estos ancianos como máquinas, unos caníbales de emociones, sentimientos ajenos, degustadores de almas jóvenes para sentir que vivirán para siempre. No soporto este ambiente, todos me miran, me tocan, estos viejos apestan, es como estar en el lobby esperando la muerte. Me siento mareado, tengo que salir de aquí.
-Santiago, cariño ven conmigo, creo que necesitas descansar.
-No, espere ¿qué tenía ese café?
-Nada cariño, nada, duerme, duerme, duerme -me apacigua la vieja Lola hasta lograr dominar mis fuerzas con la complicidad de Morfeo.
En mis sueños he visto la mano delicada de la foto que me mostró la tía Lola, la he tocado, es muy suave, tanto como para quedarme en ella y nunca más mudarme, pero es una mano joven, muy distinta, esa mano sí la siento acogedora, confiado lo pienso entre sueños.
Trompetas, bombos, platillos y la voz de un animador muy jocoso carraspeando después de reírse. Me levanto, es muy temprano y no encuentro mis zapatos. Como un rayo me levanto y hurgo en la casa ahora deshabitada y compruebo que el dueño de la voz es también la de un anciano, sin zapatos claro.
Enterrarán a mi padre con toda esa bulla arrítmica, qué osadía y falta de respeto. Él no se merecía mi respeto pero los demás hasta hace unas horas fingieron tenerlo por él. Sigo creyendo que estos viejos son unos monstruos.
Con pasos temerosos salgo de la casa, cruzo el jardín e intento acercarme a la fiesta para interrumpirla, destruirla, pero todos están felices; cantan, gritan, se regocijan rasgándose las vestiduras en medio de mi seudo dolor.
-¡Vamos Santiago, vamos, ella te espera, vamos corre! -me animan los monstruos.
-Pero no tengo zapatos -respondo- ¿Dónde los han escondido?
-No importa muchacho, ya es hora.
Esta gente no tiene vergüenza, no tienen ni la más mínima noción de pudor, de remordimiento, son unos inconscientes que sólo quieren ir hacia adelante así tengan que pasar sobre mí.
-Ven al río -me susurra al oído una mujer sin presencia- ven al río.
Me elevo por algo desconocido pero divino haciéndome más veloz, pero con menos percepción de riesgo, me doy cuenta que mi conciencia me abandona, y tengo mucho miedo, me intriga todo esto, más que antes cuando niño esperaba los azotes de mi padre por robar sus caramelos. El miedo también me abandonará, como todo.
En el río me espera una mujer joven, brillante, hermosa. Se fusiona con el sonido de la guitarra que tiene entre su pecho y piernas, encaja muy bien. Está tocando algo y sólo me limito a escucharla, no puedo hacer más.
-Mira las estrellas esta noche
Cuando se hayan cerrado tus ojos
Me gustaría tener que hacer esto sin roche
Por favor, se paciente y sabrás que todavía estoy aprendiendo de a pocos
Lamento que tengas que ver el ardor en mi fuerza interior

¿Dónde has estado ángel?
No quiero que me veas llorar
Sé que no puedo hacerlo todo contigo ángel
Me arrodillo para no volar
Busca todas las soluciones a través de mi fuerza interior

Te veo dormir
Siento que te conozco de antes
Estoy sentada aquí llorando mientras las horas pasan lentamente

Sé que por la mañana tendré que dejarte ir
Y serás sólo un hombre una vez más
Después de estos últimos días de tanto reír
Soy la única culpable de tu estadía fugaz
¿Cuándo te darás cuenta que estoy buscando una señal?

-No comprendo -le digo al terminar la canción, moviendo mi cabeza, sacudiéndola.
-Te he estado esperando, sabía que vendrías por tu cuenta -me dice sonriente.
-¿Quién eres?
-Ven, es por aquí -me extiende su mano y noto que es la misma de la foto.
-Eres tú. Te llevaste a mi padre, ahora entiendo.
-Soy lo que soy, y por el ''único'' estoy.
-No quiero irme, no quiero irme aún -le digo quebrado.
-Tienes que...vamos Santiago, vamos.
-Quiero volver hacerlo, por favor déjame ir -le suplico.
-No puedo hacer nada, sólo serás portador de mi mano. Apúrate, hay mas detrás de ti, voltea, echa un vistazo.
Giro temeroso y toda la bulla, todo el embrollo, toda la gente, todos los monstruos, los caníbales vienen hacia ella, hacia el río. Lucen felices, aceptando su situación, como cuando los conocí.
-¿Por qué están descalzos? -le pregunto.
-Porque no podrían pisar tierra santa con suela pagana.
-¿Qué me pasó?
-Fue en tu auto Santiago. Viniste muy apurado, destrozado, siempre quisiste a tu padre, seguir negándolo no iba hacerlo cierto. Ven Santiago, vamos, ya es hora. Lindo traje.
-No es impermeable.
-Lo sé.
-No me sueltes.
-No lo haré.
Mientras me sumerjo opto por dar un último giro hacia atrás. Se despiden todos de mí, ahora los recuerdo, uno por uno, los inalcanzables pájaros negros medianos aletean con fuerza, me ayudan a sumergirme, crean olas, son miles de ellos oscureciendo mi partida.
Sé que volveré, en fin, nadie dijo que iba a ser fácil.

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